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Buena nueva misionera

Oración, sacrificio y acción misionera

Las palabras Carmelitas y Carmelo evocan el comienzo de la Orden de los Carmelitas en el Monte Carmelo, junto a Haifa, en Israel. Allí, unos peregrinos y cruzados se juntaron a finales del siglo XII y comienzos del XIII a vivir un estilo de vida de contemplación y soledad en “obsequio de Cristo”. Tenían como centro litúrgico una pequeña iglesia dedicada a la Virgen María, su patrona y madre, y, como ideal inspirador, al profeta Elías, que en dicho monte sabía estar en la presencia del Señor y arder de celo apostólico, grabado en su lema “Ardo en celo por el Señor”. Pasando a los reinos de Europa por los años 1330, los carmelitas se insertan en el movimiento de las fraternidades apostólicas mendicantes, iniciadas por Santo Domingo y San Francisco, siendo aceptados como Orden mendicante por el Papa Inocencio IV en 1345.

El adjetivo Teresiano recuerda un peculiar y original modelo de vida carmelitana, una nueva for-ma de vida contemplativa y apostólica que Santa Teresa de Jesús crea en la Iglesia en la segunda mitad del siglo XVI. La inicia para las monjas en 1562 en San José de Ávila, y para los frailes, con la cooperación de San Juan de la Cruz, en 1568 en Duruelo. Ambos habían vivido como profesos de la Orden de nuestra Señora del Carmen.

Teresa cultivó con fidelidad intensa la vida de oración, entendida como “trato de amistad”, “estando a solas con quien sabemos nos ama”. Se convirtió en maestra y doctora de la Iglesia en ese trato oracional amoroso con el Señor. Dios la tenía predestinada, a la vez, para mostrar y enseñar que ese encuentro amoroso en oración con el Dios humanado lleva a vivir por su Iglesia y por la salvación de los hermanos. Por los años 1560-1566, Teresa recibe gracias místicas de gran intensidad. Son de dimensión apostólica. Es decir, le centran en la salvación de las almas y en el servicio de tareas apostólicas de la Iglesia. Le hicieron tomar conciencia viva de los “grandes males” que acechaban a la Iglesia, y de las “grandes necesidades” que padecía. Entre esos grandes males destacaba la ruptura de la unidad por la Reforma protestante y el abandono de su ministerio por parte de miles de sacerdotes. Entre aquellas nece-sidades sobresalía, como urgente, la de evangelizadores y misioneros para el Nuevo Mundo descubierto en las Indias.

Teresa dio un giro apostólico total a su vida consagrada. Formó una pequeña comunidad de “amigas fuertes de Dios”. Fijó como fin único de su vida religiosa, para sí y para el grupo, el servir con su oración y sacrificios a la Iglesia, a los sacerdotes, a las misiones... Y los hombres, con su actividad apostólica. “Para esto os juntó el Señor”. Y ello, con un reto claro: “ser tales” por la unión de amor con el Señor, que puedan ayudar a la Iglesia, ellas por la oración y sacrificio, ellos además con la acción misionera.

 

La primera misión

En 1582, viviendo Teresa de Jesús, la fundadora, parte para África el primer grupo de carmelitas descalzos, a tierras de Guinea y del Congo. Teresa envió un saludo al jefe de la misión la víspera de partir de Lisboa. Tres años más tarde, en junio de 1585, Jerónimo Gracián, primer provincial de los descalzos y colaborador íntimo de Teresa, dio el visto bueno para la salida de un grupo de doce misioneros carmelitas a México.

El Carmelo Teresiano nació misionero. El servicio a la Iglesia por la oración y por la actividad es parte integrante de su carisma. Un fruto visible de ese espíritu que se vive en las comunidades carmelitas fue, en el siglo XIX, Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones. Y fruto igualmente de ese espíritu contemplativo y misionero en las comunidades de frailes carmelitas han sido esos misioneros de temple de santos, algunos con santidad reconocida por la Iglesia.

Destaca entre ellos el venerable Juan Vicente, misionero por 17 años en la India, de 1900 a 1917. En 1919 decidió dedicarse de por vida a la animación misionera en el mundo cristiano. En sintonía con el Papa Benedicto XV, consideró la obra misionera en sus diversas dimensiones como la “obra máxima” en favor de la salvación de los hombres. Con ese nombre de La Obra Máxima, creó en enero de 1921 un centro misionero y lanzó al público una revista en favor de la cooperación misionera, que hoy continúan con vigor ese ideal con múltiples manifestaciones.

 

Las misiones, hoy

El Carmelo Teresiano está presente en todos los continentes. Cada provincia de la Orden trata, en lo posible, de tener encomendada alguna misión en áreas donde existe una mayoría de personas que no conocen a Cristo con suficiente grado como para poder abrazar la fe cristiana. Acarician ese deseo las nuevas provincias de carmelitas, creadas en pueblos adonde llegaban anteriormente los misioneros de Europa. Las provincias carmelitanas de la India, por ejemplo, desarrollan su actividad misionera en regiones de la misma India, Indonesia y África.

Los misioneros del Carmelo Teresiano, al igual que los de otras congregaciones religiosas, ofrecen a los pueblos la Buena Noticia de la salvación, con obras de promoción social y educacional, en cooperación con otras agencias y organizaciones. Como parcela peculiar y relacionada con su vocación y carisma teresiano, cultivan la promoción de la vida espiritual, favoreciendo el camino de la experiencia de Dios por medio del encuentro personal en oración.

Y esto no sólo con la palabra y con los escritos, sino creando en sus misiones estructuras que favorezcan ese cultivo del encuentro con Dios en la oración personal. De ese impulso salen las llamadas Casas de Oración, que ofrecen espacios y lugares para el encuentro orante con Dios, y los Centros de Espiritualidad, abiertos a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos. Es un servicio que piden y agradecen las Iglesias locales.

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