Crónicas Misioneras

Crónica 17. Vietnam

Un viaje largo, de muchas horas de vuelo, a un país lejano en la geografía y en la cultura, a un país desconocido donde caben tantas sorpresas razonables e imprevistas, suscita trepidación y sentimientos de incertidumbre. Yo me tranquilizo porque llevo un objetivo concreto: el primer contacto físico con la realidad carmelitana del Vietnam.

Me acompañan, además, dos ángeles custodios de especial protección. El primero es Santa Teresita del Niño Jesús. En su espíritu misional quiso volar a  Saigón, a Hanoi; habla de Tonkin. Su hermano espiritual, el sacerdote Adolfo Roulland, en viaje a su destino en China, hizo escala en Saigón, y escribió al Carmelo de Lisieux las impresiones de su visita al Carmelo de esta ciudad. Teresita vibró con la lectura de aquella carta.

Me he encomendado también a la intercesión celeste del santo cardenal vietnamita, François-Xavier Van Thuan Nguyen (+ 2002). Considero una gracia la amistad, la confianza con que me trató. Las confidencias que publica en sus libros sobre la prisión de 13 años en las cárceles comunistas yo las he escuchado de su boca, con detalles y consideraciones que permanecen para la vida. En 2001 y 2002 él me animaba a que visitara Vietnam. Ahora disfruto con el trasfondo de estos estimulantes recuerdos.

Con el baúl de los recuerdos

Para los viajes de importancia nos armamos también refrescando recuerdos semidormidos del pasado. Antes que los ordenadores, la persona humana tiene su propio archivo: intransferible, que constituye un poco nuestro ser y nuestra historia. Los recuerdos actúan en el presente y, a veces, hasta lo condicionan. Esto ocurría antes de que Segismundo Freud nos hablara del subconsciente.

¿Cuáles son los recuerdos personales que me asocian al Vietnam? Además de los referidos ángeles custodios, en mi niñez me impresionaron los mártires de Tonkin con nuestro san Valentín de Berrio-Ochoa. Admiré el caso del P. Louis de la Trinité (+ 1964), provincial de Paris y cultivador esmerado de San Juan de la Cruz. Durante la segunda guerra mundial su amigo el general De Gaulle le sacó temporáneamente del convento para que dirigiera, como almirante, las operaciones de la armada francesa en el Pacífico Sur. En ese uniforme de gran mariscal el P. Louis d’Argenlieu atracó en varios puertos de Indochina y sacó tiempo para visitar a las Carmelitas de Ponh Penh y de Saigón.

En mis años de Monte Carlo conocí al P. Xuen, el supérstite más resistente de aquella oleada de carmelitas vietnamitas que se diluyó en el posconcilio francés del mayo de 1968. Todavía en Monte Carlo la señorita Mitsou y su madre nos iniciaron a interesarnos por su país en guerra.

Más cerca de nosotros recuerdo al P. John Pedro Vota Kan, sacerdote vietnamita que en el año 2000 hizo su profesión de carmelita en el Desierto castellonense de las Palmas. Y no puedo olvidar al buen amigo José Antonio Osaba, alma sanjuanista. Cuando él trabajaba en el sector de la cooperación del Gobierno Vasco y yo me encargaba de “La Obra Máxima”, gracias a él, entré por primera vez en contacto personal con el Carmelo Vietnamita que ha perdurado hasta ahora.

Con las manos todavía en el baúl de los recuerdos, quiero evocar aquel relato   extraordinario del viaje de las Carmelitas de Hué en 1925 para fundar el Carmelo misionero de Cholet, Francia. Les acompañaba en el mismo vapor el escritor Paul Claudel, que les interpeló para la fundación de un Carmelo también en Japón, donde él era embajador. Esta crónica es una perla de la historia misionera del Carmelo en el siglo XX, con copia en el archivo general de la Orden en Roma.

En un capítulo más profano, pero de historia cultural, recuerdo la sonada batalla de Dien Bien Phu (1954), que supuso el golpe mortal a la presencia colonial de Francia en este país asiático. Sentimientos parecidos suscitan los últimos meses del asedio de Saigón en abril de 1975 ante la inminente capitulación americana y la unión por consecuencia de todo el territorio del Vietnam en una sola república. Aún conservamos en la retina la impresión de aquellas fotos desgarrantes del “boat people” a la desbandada. Tras la caída de Saigón en 1975, por temor a represalias de los comunistas, más de un millón de personas se escaparon del país en pequeñas embarcaciones, llegando a campos de refugiados de Tailandia, de Filipinas, desde donde Estados Unidos y Canadá les ofrecieron asilo. El mítico sendero de Ho Chi Minh nos recuerda una guerra siempre renovada y cada vez más cruel durante muchos años, con una estrategia desconocida en Europa.

Estas evocaciones son para mí como presupuestos prometedores para cuanto he de ver, escuchar y admirar en el país. Todos esos recuerdos tienen una fuerza reconstituyente, que me abren a la esperanza. Así me embarco para la histórica Saigón, que desde la reunificación del país se llama Ho Chi Minh City en memoria del gran líder que acabó con la ocupación extranjera de su país (1975).

Aproximación  al país

Como primeros europeos, los portugueses se asomaron a estas latitudes en 1545. Entraron por el sur, y denominaron Cochinchina a la región. Tras ellos también los holandeses desertaron de la zona. Igualmente hicieron los ingleses, siempre desengañados de no encontrar –aparentemente- provecho para sus intereses comerciales. Con el retiro de las potencias europeas los misioneros ocuparon el centro de interés. El jesuita francés Alexandre de Rhodes (1591-1660) creó un alfabeto de la lengua con caracteres latinizados. Por eso el idioma vietnamita, con sus múltiples acentos y –para nosotros- extraños sonidos de pronunciación, se escribe sin caracteres orientales. Me dicen que, por ser lengua tonal, cada palabra puede tener hasta seis diferentes significados en función del tono de voz

La Indochina francesa de la época colonial abarcaba Camboya, Laos y Vietnam. Siempre en la historia del colonialismo, el rey de Anam entregó a los franceses en 1863 un tercio del gran territorio, la parte sur, que se llamó la colonia de Cochinchina, donde se fundaron como protectorados las provincias de Tonkin en el norte y Anam en el sur.

País de sol, de calor tropical, de sonrisa frecuente, de personas con simpatía arrebatadora, Vietnam es una república socialista del Extremo Oriente. Se adosa geográficamente de norte a sur sobre la China, Laos, Tailandia y Camboya. Y sobre el Pacífico Sur (no digáis aquí Mar de China) tiene un litoral  de 3. 444 km. de mar abierto con casi 2. 000 islas que, según tradición, surgieron con los coletazos que fue dando por aquí un enorme dragón enfurecido. Por kilómetros cuadrados es algo superior a Italia, pero cuenta con una población de 85 millones de habitantes, al puesto trece entre los países más habitados del mundo. Mirando la carta geográfica, diríamos que tiene la silueta de una S estirada.

Vietnam hoy continúa adelante con un perseverante régimen comunista. Sin colectivismos agrícolas, con el libre mercado, está caminando hacia el capitalismo más  liberal, con paso rápido y sin regreso. Se busca y se promueve el lujo como un ideal, como un objetivo. Se encuentra hasta la cerveza “San Miguel” y cualquier otra marca de consumo internacional. País de economía emergente, si persiste el comunismo no es por convicción ideológica sino  por interés del partido, cuyos afiliados obtienen los mejores puestos.

Los controles aduaneros son fáciles. Sobre todo en las grandes urbes se puede uno mover con libertad. Pero tampoco aquí debe faltar la discreción y la vigilancia. Yo me habitué a esta dinámica de mirar, por si acaso, a mi alrededor cuando en los años 1982-1985 asistía al noviciado sin maestro de novicios de Jauernick en la ex república de la Alemania Oriental.

No se permite la voz de la oposición, ni siquiera como amago. El gobierno controla los tribunales y la prensa. Con las reformas de la dai moi, que desde 1987 ha traído tanta ventaja económica, diversamente de lo que ocurrió con la perestroika en la ex Unión Soviética, aquí no se ha llegado al glasnost. Hay un control sobre teléfono e Internet. No está permitido pernoctar en un domicilio privado, ni siquiera en el convento. Menos mal que se mira mucho por la educación. Está mejor considerado un maestro que un médico.

Con 10 ó 12% de católicos, hay zonas de mayoría cristiana. Las iglesias en los momentos de culto están repletas a rebosar, como en los años 1950-60 entre nosotros, con mucha juventud. La fe cristiana de este pueblo está consolidada con tanta persecución religiosa, con la sangre de tantos mártires del pasado. Los cristianos se muestran generosísimos. Con su aportación desde la pobreza han contribuido a la construcción de muchas iglesias nuevas. Desde el punto de vista religioso Vietnam vive un momento de abundancia vocacional a la vida sacerdotal y a la religiosa. En un monasterio cisterciense encontré a una comunidad de 148 jóvenes monjes. Los pocos mayores son supervivientes de prisiones y de torturas por su fe cristiana. Otros muchos monjes perecieron en las cárceles. Ocasionalmente el gobierno devuelve poco a poco algunas propiedades confiscadas a la Iglesia..

A punto de aterrizar, se nos anuncia una temperatura de 35 grados en Ho Chi Minh City. En mis años de Kinshasa no hacía menos calor. En Figuil (Camerún) creo que llegué a 45 grados. En cualquier caso, me atengo a la sabiduría de la canción popular:

¡Ay que cosas pasan en Cuba,

Ay que cosas pasan en mi tierra,

Que cuando hace calor se suda …!

En el aeropuerto casi todos llevan en la boca la mascarilla anticontaminante. Saliendo de él, tenemos la primera sorpresa. ¿Dónde se ha visto un atasco de circulación por las motos? Aquí las hay por centenas, por millares, como una continua marea. Caotizan la circulación. Entrado yo mismo en la vorágine a lomo de la moto que conduce nuestro carmelita seglar J. N., termino complaciéndome en el hábil serpenteo de este medio de locomoción.

Los taxistas, sin embargo, conducen imperturbables a 50 km. a la hora. No muestran el menor nerviosismo o impaciencia por sobrepasar ese límite de circulación. Me divierten las personas con los sombreros de cono hacia abajo en la cabeza.

Con sus 8 millones de habitantes, con sus ríos y canales, con sus 19 distritos en la ciudad y cinco más en el campo, con una superficie de 2. 000 km. cuadrados Ho Chi Minh City es una gran metrópoli. En el pasado ha recibido muchos piropos, como la Perla del Oriente, Paris del Este. Las calles y avenidas se muestran invadidas por esa riada de vehículos. Las casas privadas, si tienen un puñado de tierra, la aprovechan para crear estanques domésticos de peces.  También aquí, como en otras zonas, los cristianos colocan estatuas de la Virgen en las terrazas.

Fuera del conglomerado urbano, un viaje inesperado a la alta meseta del país me enrique en la visión general de Vietnam. Aquí se asientan ahora las poblaciones muy cristianas del norte que se refugiaron a la caída de aquella zona en el dominio comunista (1954). Fue también el lugar de refugio para unas minorías étnicas, de tez más oscura. Todos mantienen una fuerte identidad cristiana. Han construido cantidad de iglesias nuevas y santuarios.

La capital es Dalat con sus 240. 000 habitantes, a 1. 500 metros de altura, a 300 km. de Ho Chi Minh City. Con traductor del francés me hacen hablar a los alumnos del seminario propedéutico. El obispo diocesano es el presidente de la Conferencia Episcopal y hermano carnal de una Carmelita. Entre guiños y medias palabras me va instruyendo sobre la vida del país. No hay que preguntar demasiado, hay que entender rápido. El lenguaje es casi cifrado, para no comprometerse. Pero transcribe la realidad: En Ho Chi Minh City hay más de 50 Congregaciones Religiosas. Al número de seminarios sacerdotales permitidos por el gobierno se añaden “anejos” y “extensiones”, que sirven en la práctica de nuevos  seminarios. No siempre la revolución tiene que ser la única solución de las dificultades.  Un pragmatismo inteligente y positivo produce beneficios.

De aquí continúo el viaje hacia Nha Trang. Hay que descender hacia la costa. ¿Quién ha autorizado al conductor del autobús a sobrepasar la raya, a veces doble, de separación de la carretera? ¿Quién le ha enseñado a conducir a velocidad de vértigo, entre revueltas en descenso? Todo lo remedian con bocinazos continuos.

La presencia carmelitana

Es mi principal punto de interés. Aquí encuentro la sorpresa y el optimismo. Tras la invasión comunista de Hanoi el Carmelo de aquella ciudad emigró en 1957 a Dolbeau, Canadá. Lo mismo hicieron las monjas de Bui Chu, trasladándose a Danville, Canadá. Los otros Carmelos afrontaron la tormenta, permaneciendo en el país o regresando a él tras dolorosas emigraciones. Individualicémolos.

1) Saigón

Es el Carmelo histórico por varios motivos. En plena persecución religiosa, fue fundado por el Carmelo de Lisieux en 1861. En ese mismo año, meses antes había sido martirizado el B. Teófano Vénard, a quien Santa Teresita mostró tanta devoción. Saigón es la primera implantación de un Carmelo en país de Misión,  casi 60 años antes de la encíclica “Rerum Ecclesiae” (1926), en la que el Papa de las Misiones Pío XI invitaba a las Órdenes contemplativas a una inserción en el mundo misional.

He visitado aquí la tumba de la fundadora, M. Filomena de la Inmaculada. Profesa de Lisieux, era prima del vicario apostólico de Cochinchina, Mons. Dominique Lefèbvre, quien en la prisión había tenido una visión de Santa Teresa de Jesús, pidiéndole  fundar un Carmelo en Anam, porque “Dios sería servido y glorificado grandemente allí”.

La primera Carmelita nativa fue Ana Nam, que tomó el nombre de Teresa de Jesús. Sabemos cuánto se relacionó Santa Teresita con esta fundación. Convivió siete años con la Hª Ana del Sagrado Corazón, profesa de Saigón, a donde regresó de Lisieux en 1895. Teresita le escribió una carta deliciosa cinco meses antes de la muerte, el 2 de mayo de 1897. Le recuerda “avec bonheur” los años que pasaron juntas en el monasterio normando.

En 1895  Saigón fundó Hanoi. Se precisaba más personal, y  Saigón lo pidió al Carmelo de origen, Lisieux. Entonces se barajó la posibilidad que la futura Santa Carmelita fuera enviada a Vietnam. Ella se mostró dispuesta y entusiasta, hasta que el cielo le mostró la imposibilidad del intento por el empeoramiento de su salud.

Con estas evocaciones vengamos al presente. Saigón es un Carmelo de sólida construcción y punto de referencia de la devoción a la Patrona de las Misiones. Lo más hermoso es su juventud en efectivos:  26 monjas de votos solemnes, 4 de votos simples, 5 novicias y 3 postulantes. Una suma  de 38 miembros en jovencísima edad.

2) Binh Trieu – Saigón II

En tiempos de turbulencias políticas el Carmelo de Hué se refugió en un barrio de la periferia norte de Saigón. Levantó un refugio de primera necesidad en fuerza del “entres como pudieres”. También aquí se verificó la experiencia de Santa Teresa, “aunque bien pequeño, monasterio cabal” (V 33, 12). Es toda una colmena de laboriosidad en un espacio ocupado al máximo para dar cabida a la comunidad que ha ido en aumento, para las oficinas de trabajo.

Fruto de tanta oración y de tantas privaciones, algunas monjas pudieron regresar a Hué para reanudar la vida carmelitana. Pero la comunidad de Binh Trieu ha podido continuar en su lugar, llegando a ser el cuarto Carmelo de Vietnam con  37 miembros: 13 profesas solemnes, 4 profesas perpetuas (Hermanas externas), 13 profesas simples, 3 postulantes y 4 aspirantes.

Su trabajo remunerativo principal es la confección de formas de comunión con una maquinaria que manifiesta bien que estamos en un país de bajo costo de la mano de obra.

3) Nha Trang

Proviene de Than Hoa en 1929. Las monjas vivieron las vicisitudes del exilio. El gobierno les ha confiscado varias hectáreas de terreno. Pero han conseguido  mantener un monasterio espacioso junto al mar.

También aquí es llamativa la confluencia de tanta juventud: 18 monjas de votos solemnes, 9 de votos temporales, 8 novicias, 2 postulantes, 10 aspirantes … Cuatro Hermanas ayudan a otros Carmelos en el extranjero.

4) Hué.

Su presencia en esta ciudad imperial data de 1909. Por eso están celebrando el centenario de la fundación con un programa que se desarrolla durante todo el año. Con situaciones extremas de exilio hasta en Francia, han sido perseverantes para regresar y afrontar la vida con valentía. Iniciaron el Carmelo en Filipinas con la fundación de Jaro-Iloilo. Ya hemos evocado su intervención en Cholet y en Binh Trieu.

Estos son los cuatro Carmelos reconocidos por las autoridades gubernamentales. Desde 1999 forman la Asociación Nuestra Señora del Carmen. ¿Cuántos monasterios de la Orden hay en realidad en Vietnam? Dejemos actuar al Espíritu, que sabe obrar en silencio y con eficacia. Un día podremos contemplar las grandezas del Señor. En cualquier caso, debe quedar claro que unas “mujeres” pueden vivir juntas –entre otras razones- para cultivar la tierra que han comprado. Y, por supuesto, la alabanza y la gloria de Dios no están sujetas a la autorización de una ley humana. Es incontestable que el cielo ha protegido y protege la viña de Teresa con ubérrimos frutos en Vietnam. Parece gozar de la bendición especial de Santa Teresita.

Viniendo de la sequedad vocacional de Europa uno reverdece de esperanza con tanta juventud, arrebatadora de simpatía. En todos los Carmelos se practica una acogida de la incomparable cortesía oriental: cálida, sincera, transparente, inventiva. No me hubiera imaginado presenciar en la velada recreativa el baile de nuestra popular habanera “La paloma”, de Manuel Iradier, como mensaje de paz. Son las monjas más obsequiosas que he conocido en mi vida. Basta que noten el primer asomo de sudor en el huésped para que la priora adelante ya la camisa de reemplazo.

¿Y el Carmelo masculino?

Actualmente hay dos religiosos vietnamitas en la Provincia de Oklahoma, de la generación del “boat people”.  Un terciario regular, proveniente de Bélgica, estudia en la Provincia Véneta. En el Comisariato de Filipinas estudian tres hermanos de votos simples, harán la profesión tres novicios, hay un postulante que se prepara para la toma de hábito.

En propia patria hay dos acomodos para los siete aspirantes actuales a la vida carmelitana. Realizan sus estudios de escuela media y universitaria. Toman clases suplementarias para reforzar su conocimiento de inglés. El Carmelo florecerá en Vietnam.

Conclusión

Ante todo, llama la atención la vitalidad del Carmelo vietnamita. La admiración sube de grado por las condiciones en que viven. Con tanta juventud, con tanta reciedumbre la presencia de la Orden es una gran esperanza, una alegría, un estímulo. Toda la Orden le debe profunda gratitud y nos reforzamos con su testimonio.

A nosotros nos queda la tarea de favorecer por todos los medios la formación carmelitana para una mayor identidad de las vocaciones. Un modo concreto será la financiación de sus estudios y la difusión de las Obras de Teresa y Juan de la Cruz, de la literatura carmelitana en general, en buenas versiones vietnamitas. El Carmelo trabaja siempre con sus miembros y con su patrimonio espiritual, reconocido en Oriente como en Occidente.

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