Crónicas Misioneras

Camerún -De Yaoundé a Ngaounderé. (2ª Parte)

Quien de Europa llega a un país africano, si no ve más que la capital, si no se desplaza al interior de la nación, no descubre el encanto y el embrujo del África, del África profunda, misteriosa; del África real, genuina que lucha por sobrevivir en la precariedad. A mí me cabe la suerte de tener que hacer un recorrido de 1.000 km. en el interior del Camerún. Tengo que ir hacia el norte, zona tórrida y casi desértica; zona dominada, sobre todo, por el Boko Haram que hace incursiones desde la vecina Nigeria. Tomo, primero, el tren en Yaoundé. Por supuesto, a todos evoca el recuerdo del accidente ferroviario de hace unos meses con más de 80 muertos ¿Es un mal presagio? No, creo que –al contrariose habrán esforzado por reparar la vía. Ya estoy en la estación. Dos horas antes de la salida se abre el acceso a los vagones. Todo es necesario con este trajín de tantos maleteros, de tantos acomodadores, de control de pasaportes, de billetes,… Yo me divierto mirando a los hombres vestidos con sus holgadas blusas (boubou) que llegan hasta los talones. Algunos las llevan de medio cuerpo, como roquetes de sacristía.

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Estamos en el tren. Es de hierro, tiene mucho metal, será muy ruidoso: made in China. Yo lo describí en otra crónica «como el tren de Shanghai, pero en peor». Ya se ha puesto en marcha y devora kilómetros por poblados de chozas. Se para en algunas estaciones de poblaciones mayores, atraviesa regiones de selva tupida. Niños y mujeres se precipitan en las estaciones hacia las ventanas ofreciendo con insistencia sus frutas, sus carnes asadas (brochettes), sus bebidas o brebajes a los viajeros. Observo a los musulmanes arrodillados en sus alfombrillas realizando las postraciones rituales de su oración. El trayecto de Yaoundé a Ngaounderé es de 673 km. Hemos empleado 14 horas. Pero ya hemos llegado al final. Aquí acaba el tren. La llegada se nota por el alboroto y el ruido que le precede. Se podría decir también agitación por mover los bártulos y prepararse anticipadamente al descenso. Ngaounderé está en la zona norte del país. Es una ciudad de casi  300.000 habitantes, la tercera del Camerún. Su nombre tiene una significación curiosa: monte del ombligo ¿Por qué? Casi a las afueras hay una colina que tiene en su cúspide un peñasco negro mirando al cielo. Ahí han visto los nativos la configuración del pretendido «monte del ombligo », que da origen literal al nombre de la ciudad.

Un señor llamado Thomas Mondo que peina canas perdió en ese día a su esposa. Con el duelo en familia, no quiso privarse de una oración íntima e intensa ante las reliquias de la Santita en la parroquia. ¿Qué sintió este nuevo «viejo Simeón» encarnado en el corazón del Camerún? Ni él lo sabe. Pero, en cualquier caso, Santa Teresita le concedió alguna gracia profundamente carismática, algún «pétalo» singular de su prometida «lluvia de rosas». Sumido en el duelo por la pérdida de su esposa (Dios sabe cuánto suele ser profunda esta situación en África), al buen Thomas, a este «viejo Simeón» bíblico de los nuevos tiempos le invadió con fuerza superior el interés por conocer le historia de la Santa taumaturga. Así comenzó el buen Thomas, porque lo es de verdad, a interesarse por la historia y por la misión del Carmelo en el mundo, sabiendo que fue el hogar espiritual de Santa Teresita. Así llegó al conocimiento de la existencia de la Orden Seglar del Carmen en el mundo. Thomas Mondo consiguió informarse y formarse en el espíritu del Carmelita Seglar. Y en unos años ha reunido a un grupo de una treintena de miembros. Él es el mayor, él es el patriarca. Los demás son jóvenes, chicas y chicos, casados y solteros. Tienen su asiento en la parroquia de San José de Mamyanga, a las afueras de Ngaunderé. Thomas Mondo y su grupo de Carmelitas Seglares forman el pilar de los servicios parroquiales. El toca la primera campana del día a las 5,30. Todos los días a las 5,45 rezan y cantan los Laudes con la comunidad parroquial, sobre todo con las religiosas que operan en el territorio de la parroquia. Luego a las 6,00 sigue la misa. El grupo vibra con un llamativo fervor carmelitano, practica cada día el tiempo de oración mental antes de irse al trabajo.

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Con la regla de vida o estatutos en mano, tienen sus reuniones de formación, sus escrutinios y decisiones. Y el grupo con tantos jóvenes progresa…

En su organización han llegado a dar unos pasos insólitos. En una zona rocosa de la ciudad con grandes piedras negras, mayores que los «cantos » de Ávila, han creado un ambiente de contemplación, el «Horeb» carmelitano de Ngounderé.

Han pintado en las rocas la evocación de la Virgen del Carmen, de San José, de Santa Teresa de Jesús, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresita. Tienen hasta su gruta contemplativa bien entrada en la hendidura de las peñas. Así es el Carmelo Seglar de Ngaunderé en el corazón del África subsahariana. Surgió al destello carismático del paso de las reliquias de Santa Teresita.

El instrumento escogido y columna vertebral del grupo es el santo anciano, verdadero gurú espiritual, todo dado a Dios, a la ayuda parroquial, enfrascado en la lectura de la literatura carmelitana. Su hija menor Natalie a sus 13 años sueña ya desde ahora con ser Carmelita Descalza en Figuil. Celebré la fiesta de San Juan de la Cruz (14 de diciembre) con ellos. En mi itinerario camerunés les consagró una jornada entera. Ellos decían que era una gracia festejar al Santo carmelita de Fontiveros con la presencia de un fraile Carmelita Descalzo. La gracia fue mayor para mí por cuanto vi, por cuanto aprendí, por cuanto me hizo pensar y dar muchas gracias a Dios porque existen estas maravillas en el Carmelo africano.

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