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Crónicas Misioneras

Camerún - Por fin. Figuil; sobre todo Figuil (3ª Parte)

Salí de Yaoundé. He estado en Nagounderé, en el norte del Camerún. Ahora me toca llegar al extremo norte del país. Ya no hay tren. Hay que servirse del autobús. Echémosle humor al viaje, porque habrá necesidad. Para los 366 km. se necesitarán ocho horas interminables. El bús arranca repleto de pasajeros, de bultos, de cartones, de maletas, de bolsos. Durante horas y horas atraviesa un paisaje de chozas, sin ningún puesto de higiene, sin agua corriente, sin un bar para tomar un café. Si los africanos viajan así, ¿por qué no viajaré yo de igual modo?

Recorremos la meseta de Adamouana. Todo el mundo habla en voz bastante alta y durante todo el tiempo. Hay controles (varios) de la policía en nuestro recorrido sobre nuestra identidad. En ciertos lugares suben charlatanes profesionales a vender sus productos naturales para toda enfermedad real o imaginable. Hablan con la elocuencia que recuerda a nuestro mítico León Salvador de las ferias de mi niñez. Comunican suficiente persuasión para vender un frigorífico a un esquimal. A sus horas de rezo el chófer abandona el volante y se va a la mezquita del camino. Todos los musulmanes le siguen. Algunos me invitan a seguirles, y les complazco con mucho gusto. Un musulmán me dice: «Jefe: ven a orar por la paz; la necesitamos». Por fin, llegamos a Figuil. Tras más de 1.000 km. de viaje, primero en tren y luego en autobús, por fin, Figuil. Ya estoy en Figuil. Es una pequeña ciudad de unos 12.000 habitantes. Se encuentra en el extremo norte, en «el gran Norte», con sus peculiaridades, con su pronunciada identidad. Aquí se cierra el país en el triángulo superior, con el Tchad a la derecha, a siete km., y Nigeria a la izquierda. De llegada sobresalen las dos chimeneas contaminantes de la fábrica de cementos y de la marmolería con un horno para la cal. Zona tórrida, casi desértica, todo parece calcinado. Los ríos y arroyos son un arenal en espera del agua cuando llegue. Es zona de predominio musulmán. El primer presidente Ahmadou Ahijo (1960-1982), antes del sempiterno presidente actual Paul Biya, favoreció con prebendas políticas la expansión de ese credo religioso. Ahora está en alerta roja por las incursiones que Boko Haram perpetra desde la vecina Nigeria. En días pasados ha habido dos degollaciones y un secuestro en Figuil. He tenido en mis manos la nota que el consulado de Francia ha enviado a sus súbditos, recomendándoles que abandonen el norte. Han llegado a presionar en este sentido a la priora francesa de las Carmelitas Descalzas. Pero ella ha respondido: «Si mis Hermanas permanecen aquí, yo tengo que continuar aquí asumiendo todas las consecuencias». Los franceses tienen que comunicar previamente sus desplazamientos en la zona al consulado. La evangelización comenzó sólo en 1947. Pero ha hecho progresos espectaculares. Sobre todo, se ha logrado que cristianos y musulmanes vivan en completa y ejemplar armonía. La parroquia está asistida por los Oblatos de María Inmaculada. Han construido un santuario mariano de grandes proporciones. Es un lugar de peregrinaciones que la frecuentan por millares de todo el contorno. Desde hace 25 años está aquí el Carmelo, fundado en 1991 por las supervivientes del Carmelo dispersado de Yaoundé. A siete de ellas las había conocido yo en el Congo. Me tocó estar presente aquí en la inauguración. Ahora celebran las Bodas de Plata. Es ya mi sexta visita al lugar. En crónicas pasadas he anotado el aspecto histórico. Ahora me interesa más comentar la presencia vital.

Aprecio sobremanera este Carmelo de Figuil. Cada vez que vengo regreso enardecido. Se necesita coraje, arrojo, confianza sobreañadida para vivir aquí. Pero estas Carmelitas se muestran serenas, confiadas, con vocación para la situación y el lugar en que están. El «solo Dios basta» tiene aquí vigencia especial. Las Hermanas viven una situación de «periferia», según el vocabulario de nuestro papa Francisco, o de frontera. Frontera climática, tórrida, agotadora, enervante a largo plazo. Frontera de inseguridad física por la amenaza real de Boko Haram. Frontera de aislamiento o de lejanía, a más de 1.000 km. de la capital. El viaje es arriesgado, con toda suerte de aventuras. Ellas son conscientes de esta situación, pero con su entrega logran superarla. Vivir en estas fronteras está compensado por una presencia imprescindible, intensamente requerida. ¿Qué sería de Figuil hoy sin las Carmelitas? Su disposición de espíritu evidencia los frutos. El Carmelo es una bendición evidente para la Iglesia y para la población. Comunica confianza, es percibido como seguridad. La vida, las oraciones, el trabajo, la atención, la acogida de las Carmelitas es un estímulo primordial para Figuil. Son el punto central de referencia ante la población. Dios protege y bendice manifiestamente a este Carmelo. ¿Cabe mayor convivencia interreligiosa? La situación que se vive en Figuil desmiente categóricamente el prejuicio de que con el Islam no hay  entendimiento posible. He hablado con varios jefes musulmanes. El testimonio agradecido y entusiasta es unánime: «Estas Carmelitas oran por la paz, oran por nosotros…».

De hecho, ellos frecuentan las mayores fiestas del monasterio. Aquí no hay oposición religiosa. Sobresalen el respeto y la admiración. Entre otras razones, los jefes musulmanes agradecen a las Carmelitas Descalzas que hayan introducido la cultura del pan en la zona. Excepto los domingos, cada día fabrican 1.300 barras de pan con harina de trigo que no existe en el entorno y que ellas hacen venir de lejos. La venta está organizada. Se ocupan los comerciantes de la ciudad y un grupo de jóvenes que se desplazan en bicicletas y en motos a los poblados, muy contentos con su ganancia de intermediarios. La población ha aprendido a saborear el pan de trigo en una zona de alimentación deficiente. Los seminaristas frecuentan el Carmelo para sus ejercicios espirituales. Los sacerdotes pueden recogerse cuando quieran en la hospedería conventual.

Sacerdotes y seminaristas tienen su Carmelita asignada que les encomendará durante el año. El servicio que esta comunidad ofrece a la Iglesia misionera local es inconmensurable. En este ambiente musulmán el Carmelo de Figuil es un factor de evangelización. La población ve en ellas a unas mujeres valientes, sobre todo en la situación actual de la amenaza continua de Boko Haram. Son una referencia de serenidad, de alegría, de confianza. El Carmelo es una escuela de higiene con el agua que extraen de los pozos que han cavado, con la fuente pública para uso común junto al monasterio. Es también escuela de trabajo organizado con la fabricación de la bebida sin alcohol (estamos en ambiente musulmán), con el pan que cuecen y venden cada día. Es un estímulo para las mujeres ver trabajar a las Monjas en el convento con las ovejas, con la pequeña granja. No pueden cultivar legumbres porque el agua del riego es demasiado caliente. Pero han creado una gran frondosidad con árboles resistentes al calor y a la sequedad. Después está la misa diaria a las seis de la mañana y la liturgia cantada al son de la kora, instrumento de cuerda típicamente africano que recuerda al sonido del arpa, y al ritmo del tam-tam. Con la M. Bénédicte, priora profesa de Mazille en Francia, el resto de la comunidad está formada por Hermanas africanas. A la sombra del monasterio se ha formado el Carmelo Seglar. También aquí son unos 30 miembros, fieles a sus compromisos, a sus reuniones de formación y de retiros. Viven integrados en la esfera del Carmelo. Prestan una buena mano en la ayuda de algunos servicios al Carmelo. A nuestros grupos de Carmelitas Seculares en la península les sugiero un hermanamiento con estas Fraternidades africanas. La comunicación resultaría beneficiosa. 

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