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ASIA/MONGOLIA - El Papa bendice la Iglesia de Mongolia: “Dios ama la pequeñez y le gusta hacer obras grandes a través de la pequeñez”

Ulán Bator  – La Iglesia enviada por Cristo para anunciar su Evangelio de salvación es “una Iglesia pobre, que se apoya solo en la fe genuina, en la fuerza desarmadora y desarmante del Resucitado, capaz de aliviar el sufrimiento de la humanidad herida”. Una Iglesia que no grita, sino que “susurra” el anuncio del Evangelio al corazón de las personas y de los pueblos. Una Iglesia de personas “con paz en el corazón” que encuentran la fuente de sus obras apostólicas de caridad en la contemplación de Jesús, y no de “gente ocupada y distraída que realiza proyectos”. Una Iglesia cuyos rasgos distintivos se pueden reconocer fácilmente en el camino del “pequeño rebaño” de la comunidad católica presente en Mongolia. El Papa Francisco volvió a utilizar palabras claras y sugerentes al recordar el carácter propio e incomparable de la misión confiada a la Iglesia para la salvación del mundo. Lo hizo abrazando a los miembros de la pequeña Iglesia católica de Mongolia durante el segundo encuentro público de su visita apostólica al gran país asiático la tarde del sábado 2 de septiembre. Al encuentro, celebrado en la catedral de Ulán Bator, dedicada a los santos Pedro y Pablo y construida también sobre el modelo de la ger (la tienda móvil tradicional de Mongolia), asistieron más de 2.000 personas, entre ellas algunas procedentes de China continental, Rusia y Corea, para escuchar al Sucesor de Pedro.

El discurso del Papa estuvo precedido por los saludos del obispo José Luis Mumbiela Sierra, (Presidente de la Conferencia Episcopal de Asia Central), de la misionera sor Salvia, del sacerdote mongol Peter Sanjaajav y de Rufina, una joven catequista mongola. “Gastar la vida por el Evangelio: es una bella definición de la vocación misionera del cristiano, y en particular del modo en que los cristianos viven esa vocación aquí. Gastar la propia vida por el Evangelio”, les dijo el Papa que recordó que el renacimiento de la Iglesia católica en Mongolia en los años 90 fue “un nuevo comienzo”. También evocó “el movimiento evangelizador de tradición siriaca” que se difundió en el primer milenio cristiano a través de la ruta de la seda y luego las misiones diplomáticas inspiradas por el Papa Inocencio IV en el siglo XIII; y “el cuidado apostólico manifestado por el nombramiento, hacia 1310, de Juan de Montecorvino como primer obispo de Khān Bālīq, y por tanto responsable de toda esta vasta región del mundo bajo la dinastía mongol Yuan”.

Citando el salmo 34, el Papa ha subrayado que se gasta la vida por el Evangelio no por el esfuerzo o por cumplir un deber, sino porque “se ha gustado, se ha sentido el buen sabor, se ha experimentado en la vida la ternura del amor de Dios. Ese Dios que se hizo visible, tocable, trazable en Jesús”. Muchos servidores del Evangelio en Mongolia, “que ahora están aquí con nosotros y que, después de haber dedicado su vida a Cristo”, dijo el Papa dirigiéndose en particular a la diversa comunidad misionera local, “ven y saborean las maravillas que su bondad continúa obrando en vosotros y a través de vosotros”. La vida cristiana nace de la contemplación del Rostro de Cristo, “es cuestión de amor, de encuentro diario con el Señor en la Palabra y en el Pan de vida, y en el rostro del otro, en el necesitado en quien Jesús está presente”. El encuentro y la proximidad con Cristo suscitan también la variedad creativa de iniciativas caritativas, que absorben la mayor parte de las energías de quienes participan en la obra apostólica en Mongolia. El Papa animó a todos “a continuar por este camino fructífero para el amado pueblo mongol”. Al mismo tiempo, les invitó “a gustar y ver al Señor, a volver siempre y de nuevo a esa mirada original de la que todo nació”. Sin Él -, añadió el obispo de Roma -, “las fuerzas fallan y el compromiso pastoral corre el riesgo de convertirse en una prestación estéril de servicios, en una sucesión de acciones debidas, que acaban transmitiendo nada más que cansancio y frustración”.


El Señor Jesús, enviando a sus discípulos al mundo, - subrayó el Sucesor de Pedro en un importante pasaje de su discurso -, “no los envió a difundir el pensamiento político, sino a dar testimonio con su vida de la novedad de la relación con su Padre, que se convirtió en “Padre Nuestro”, suscitando así una fraternidad concreta con cada pueblo”. Por eso “la Iglesia que nace de este mandato es una Iglesia pobre, que se apoya solo en la fe genuina, en la fuerza desarmadora y desarmante del Resucitado, capaz de aliviar los sufrimientos de la humanidad herida”. Y por eso, también “los gobiernos y las instituciones seculares no tienen nada que temer de la acción evangelizadora de la Iglesia, porque no tiene una agenda política que perseguir, sino que solo conoce el humilde poder de la gracia de Dios y de una Palabra de misericordia y de verdad, capaz de promover el bien de todos”. El mismo Cristo, como Cabeza, sigue guiando a la Iglesia en su camino a través de la historia, “infundiendo en el Cuerpo, es decir, en nosotros, su propio Espíritu, operando sobre todo en aquellos signos de vida nueva que son los sacramentos”. Para garantizar la autenticidad y eficacia de estos signos, - añadió el Papa, recordando el carácter sacramental y apostólico de la Iglesia -, Cristo mismo “instituyó el orden sacerdotal, marcado por una íntima asociación con Él, el buen Pastor que da vida al rebaño”. Así, hoy “también el santo Pueblo de Dios que está en Mongolia tiene la plenitud de los dones espirituales”. Y tampoco en Monogolia, el obispo debe ser visto como “un administrador”, alguien que “actúa como moderador de los distintos componentes basándose quizás en el principio de la mayoría”, o que se centra en “estrategias para hacer equipo”.

La Iglesia, - insistió el Papa -, “no es una sociedad funcional”, la Iglesia “es otra cosa”, y el dinamismo que une a los hombres en la Iglesia es el que indica la palabra “comunión” obrada por el mismo Cristo. Un dinamismo en el que el Obispo representa “la imagen viva de Cristo Buen Pastor que reúne y guía a su pueblo; un discípulo lleno del carisma apostólico para edificar vuestra fraternidad en Cristo y arraigarla cada vez más en esta nación de noble identidad cultural”. También la decisión de llamar a monseñor Giorgio Marengo, Prefecto Apostólico de Ulán Bator, para formar parte del Colegio Cardenalicio, - subrayó el Papa -, “quiere ser una expresión más de cercanía: todos vosotros, distantes solo físicamente, estáis muy cerca del corazón de Pedro; y toda la Iglesia está cerca de vosotros, de vuestra comunidad, que es verdaderamente católica, es decir, universal, y que atrae la simpatía de todos los hermanos y hermanas esparcidos por el mundo hacia Mongolia, en una gran comunión eclesial”.

En la parte final de su discurso, el Papa Francisco se refirió a la evocadora historia de la estatua de María encontrada misteriosamente en un vertedero de Mongolia, en una región donde no había cristianos (ver el vídeo reportaje de la Fides, “Mongolia, María prepara el terreno”). “Nuestra Madre celestial”, recordó el Papa, “ha querido daros un signo tangible de su presencia discreta y solidaria dejando encontrar una figura suya en un vertedero. Esta hermosa estatua de la Inmaculada Concepción apareció en el lugar de los desechos. Ella, impecable, inmune al pecado, quiso acercarse tanto como para confundirse con los desechos de la sociedad para que la pureza de la Santa Madre de Dios emergiera del tierra de la basura. Alzando nuestra mirada a María, - exhortó el Pontífice -, “estad tranquilos, sabiendo que la pequeñez no es un problema, sino un recurso. Sí, Dios ama la pequeñez y ama hacer grandes cosas a través de la pequeñez, como testimonia María. Hermanos, hermanas, - insistió el Papa Francisco -, no tengáis miedo de los números pequeños, de los éxitos que tardan o de la relevancia que no aparece. Este no es el camino de Dios. Miremos a María, que en su pequeñez es más grande que el cielo, porque ha acogido a Aquel que ni el cielo ni lo más alto del cielo puede contener”.
(GV) Agenzia Fides 2/9/2023)

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