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VATICANO - La reflexión del Papa Francisco para terminar 2023 e iniciar el 2024

Al finalizar la tarde del domingo 31 de diciembre, el Papa Francisco acudió a la oración de vísperas solemenes en ocasión del final del año y de la solemnidad del 1 de enero en que se venera a María, madre de Dios (uno de los cuatro dogmas marianos). La oración de vísperas, a la que siguió el rezo del Te Deum, se tuvo en la basílica vaticana en presencia de apenas 6,500 personas. Al concluir el acto litúrgico en la basílica de San Pedro el Papa se dirigió a la plaza hacer una visita al pesebre. Ofrecemos a continuación una traducción de la homilía del Papa elaborada por ZENIT

La fe nos permite vivir esta hora de forma distinta a la mentalidad mundana. La fe en Jesucristo, Dios encarnado, nacido de la Virgen María, da una nueva forma de sentir el tiempo y la vida. Yo lo resumiría en dos palabras: gratitud y esperanza.

 

Algunos dirán: «¿Pero no es eso lo que hace todo el mundo en esta última noche del año? Todo el mundo da las gracias, todo el mundo espera, sea creyente o no». Quizá lo parezca, ¡y quizá lo sea! Pero, en realidad, la gratitud mundana, la esperanza mundana son aparentes; les falta la dimensión esencial que es la relación con el Otro y con los demás, con Dios y con los hermanos. Se aplastan en el yo, en sus intereses, y por eso les falta el aliento, no van más allá de la satisfacción y el optimismo.

En cambio, en esta Liturgia se respira otra atmósfera: la de la alabanza, la del asombro, la de la gratitud. Y esto sucede no por la majestuosidad de la Basílica, no por las luces y los cantos -estas cosas son más bien la consecuencia-, sino por el Misterio que la antífona del primer salmo expresaba así: «¡Maravilloso intercambio! El Creador tomó un alma y un cuerpo, nació de una virgen; […] nos da su divinidad». ¡Maravilloso intercambio!

La liturgia nos hace entrar en los sentimientos de la Iglesia; y la Iglesia, por así decirlo, los aprende de la Virgen Madre.

Pensemos en la gratitud que debía sentir María al contemplar a Jesús recién nacido. Es una experiencia que sólo puede tener una madre, y sin embargo en ella, en la Madre de Dios, tiene una profundidad única, incomparable. María sabe, ella sola con José, de dónde ha salido ese Niño. Sin embargo, él está allí, respirando, llorando, necesitando comer, ser cubierto, cuidado. El Misterio da espacio a la gratitud, que surge en la contemplación del don, en la gratuidad, mientras se ahoga en la ansiedad del tener y del parecer.

La Iglesia aprende la gratitud de la Virgen Madre. Y aprende también la esperanza. Se diría que Dios la eligió a ella, a María de Nazaret, porque en su corazón vio reflejada su propia esperanza. La que Él mismo le había infundido con su Espíritu. María siempre ha estado llena de amor, llena de gracia, y por eso también está llena de confianza y de esperanza.

La de María y la de la Iglesia no es optimismo, es otra cosa: es fe en Dios que es fiel a sus promesas (cf. Lc 1, 55); y esta fe toma la forma de esperanza en la dimensión del tiempo, podríamos decir «en camino». El cristiano, como María, es peregrino de esperanza. Y precisamente éste será el tema del Jubileo de 2025: «Peregrinos de la esperanza».

Queridos hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿Roma se prepara para convertirse en una «ciudad de la esperanza» en el Año Santo? Todos sabemos que la organización del Jubileo está en marcha desde hace tiempo. Pero comprendemos bien que, en la perspectiva que aquí asumimos, no se trata en primer lugar de esto; se trata más bien del testimonio de la comunidad eclesial y civil; un testimonio que, más que en los acontecimientos, consiste en el estilo de vida, en la calidad ética y espiritual de la convivencia. Por eso, la pregunta puede formularse así: ¿estamos trabajando, cada uno en su ámbito, para que esta ciudad sea un signo de esperanza para quienes viven en ella y para quienes la visitan?

Un ejemplo. Entrar en la Plaza de San Pedro y ver que, en el abrazo de la columnata, se mueven libre y serenamente personas de todas las nacionalidades, culturas y religiones, es una experiencia que infunde esperanza; pero es importante que ésta se vea confirmada por una buena acogida al visitar la Basílica, así como por los servicios de información. Otro ejemplo: el encanto del centro histórico de Roma es perenne y universal; pero también deben poder disfrutarlo las personas mayores o con alguna discapacidad motriz; y a la «gran belleza» debe corresponder un decoro sencillo y una funcionalidad normal en los lugares y situaciones de la vida ordinaria y cotidiana. Porque una ciudad más habitable para sus ciudadanos es también más acogedora para todos.

Queridos hermanos y hermanas, una peregrinación, sobre todo una peregrinación exigente, requiere una buena preparación. Por eso, el próximo año, que precede al Jubileo, está dedicado a la oración. Todo un año dedicado a la oración. ¿Y qué mejor maestra que nuestra Santa Madre? Pongámonos en su escuela: aprendamos de Ella a vivir cada día, cada momento, cada ocupación con la mirada interior vuelta hacia Jesús. Alegrías y penas, satisfacciones y problemas. Todo en presencia y con la gracia de Jesús, el Señor. Todo con gratitud y esperanza. (ZENIT Noticias).

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