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ASIA/MYANMAR - Sacerdotes junto a la gente, celebrando misa en el bosque y llevando ayuda a los refugiados

Loikaw  - Dos años de guerra civil, que se ha intensificado gradualmente, han cambiado el rostro y el enfoque pastoral de sacerdotes, consagrados, catequistas, agentes pastorales en muchas diócesis de Myanmar, especialmente en las zonas más afectadas por el enfrentamiento entre el ejército y los grupos rebeldes de las Fuerzas de Defensa del Pueblo, que se han fusionado con las milicias étnicas tradicionalmente existentes en las zonas fronterizas de Myanmar.
La situación social se caracteriza por la presencia de flujos masivos de desplazados internos: personas obligadas a abandonar sus hogares para refugiarse en los bosques, lejos de la violencia, donde con dificultad consiguen mantenerse; o familias que se refugian en campos de refugiados improvisados, montados como se puede, a veces incluso por parroquias católicas. Ha surgido así la necesidad de un cambio de paradigma pastoral: para "oler a oveja" -en palabras del Papa Francisco-, para estar cerca de la gente y compartir con ella las penurias y sufrimientos de la vida cotidiana, sacerdotes, religiosos y catequistas han dejado también temporalmente las iglesias para trasladarse (por largos periodos o a veces permanentemente) a lugares precarios, a chabolas, chozas o tiendas de campaña donde viven los desplazados.
Un ejemplo destacado es la diócesis de Loikaw, cuyo territorio abarca el estado de Kayah (Myanmar oriental), donde el conflicto civil es violento y continuo. Aquí, hasta el obispo Celso Ba Shwe ha sido expulsado del complejo de la catedral, primero atacado y luego ocupado por el ejército birmano, que lo ha convertido en su campamento base (véase Fides 19/12/2023).
Según confirma a la Agencia Fides, el obispo ha vivido una Navidad de "refugiado", recorriendo las distintas zonas y parroquias de la diócesis, celebrando los sacramentos, visitando los campos de refugiados, bendiciendo y consolando a las familias probadas por la guerra y la indigencia. "El Señor me ha regalado un tiempo de itinerancia forzada. Aun con el dolor de tener que dejar la catedral, todos los bienes y documentos de nuestra Iglesia local -no sabremos lo que nos encontraremos cuando esto acabe-, acojo esta gracia con el corazón abierto. El Señor me permite encontrar a tanta gente, estar cerca de las personas como nunca antes, escuchar y consolar”. Y continúa: "Yo también vivo en la precariedad absoluta, en el don que recibo cada día de los hermanos, de los sacerdotes y de las personas que encuentro. Es una experiencia de fe profunda en la Providencia de Dios, que cuida de mí y de todos nosotros, y que nunca olvidaré. Es un tiempo especial de cercanía y amor a Dios y al prójimo", afirma, relatando la celebración de la Navidad en una capilla de madera en medio del bosque.
El obispo no está solo: los sacerdotes de la diócesis recorren caminos a menudo difíciles y atraviesan zonas muy peligrosas donde continúan los combates. Pero son conscientes de que "la gente necesita nuestra presencia y nuestro aliento en tiempos de miedo e incertidumbre", explica el padre Paul, uno de los sacerdotes de Loikaw, al describir la situación. "Hay más de 20 campos de desplazados internos en la zona de una sola parroquia. De las 35 parroquias de la diócesis, más de la mitad están desiertas porque los sacerdotes y las religiosas han huido con los fieles a campamentos en la selva". La misa dominical se celebra al aire libre o en sencillas capillas de madera construidas por los fieles. La gente está asustada y traumatizada".
Sacerdotes, consagrados, catequistas, agentes de pastoral y de Cáritas "caminan sobre el filo de la navaja porque, al dar consuelo espiritual y llevar ayuda humanitaria a los refugiados, pueden ser acusados falsamente por los militares de apoyar a la resistencia, y por tanto detenidos y encarcelados", explica el sacerdote. Desde el comienzo del conflicto, la Iglesia de Loikaw se ha dedicado a la labor humanitaria, a pesar de las precarias condiciones: si cambia la línea del frente de los combates, los desplazados tienen que trasladarse. En estas circunstancias, las infraestructuras de alojamiento, abastecimiento de agua, alimentación y los intentos de organizar escuelas son un reto constante. La Iglesia local, apoyada también por la ayuda extranjera, ha organizado clínicas móviles, planes de ayuda de emergencia y programas educativos para niños, adolescentes y jóvenes que llevan casi dos años sin asistir regularmente a la escuela, siempre con el objetivo de "estar al lado de la gente".
"Esperamos y rezamos para que el pueblo de este país vuelva a vivir en paz, con dignidad humana y en verdadera libertad. Rezamos cada día por el restablecimiento de la paz y la justicia en el país, por la reconciliación y la conversión de nuestro pueblo", afirma el obispo Celso Ba Shwe.
Mientras tanto, las noticias de los últimos días confirman la violencia contra la población civil: en un ataque aéreo el 7 de enero en el oeste del país, el ejército birmano mató a 17 civiles, entre ellos niños, e hirió a más de 30 personas. El ataque tuvo lugar durante un servicio religioso en la localidad de Kanan, entre Khampat y Boukkan, en el distrito de Tamu, territorio de la diócesis católica de Kalay. El ataque destruyó más de diez casas, así como una escuela y una iglesia cristiana. Este tipo de ofensivas sigue engrosando el número de desplazados internos, todos civiles, especialmente ancianos, mujeres y niños, que ha superado los 2,5 millones en el conjunto del país. (PA) (Agencia Fides 10/1/2024)

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