Puerto Príncipe – “Difícil”. Así describe la situación eclesial en el país caribeño, presa de la violencia de las bandas criminales, la hermana Marcella Catozza, de la Fraternidad Franciscana Misionera de Busto Arsizio, que trabaja en Haití desde hace 20 años.
“La situación de la Iglesia es tan difícil como toda la realidad de Haití. La Iglesia refleja la realidad del país”, dice la hermana Marcella. “Difícil porque las conexiones son difíciles, es difícil reunirse, es difícil trabajar juntos. Todo el mundo está un poco aislado. Cada uno sigue adelante por su cuenta, intentando establecer vínculos donde puede”, explica esta religiosa que trabaja en uno de los barrios marginales de Puerto Príncipe (véase Fides 26/2/2024).
Una Iglesia que sufre desde hace mucho tiempo, señala la hermana Marcella: “el más reciente fue el atentado contra monseñor Dumas, obispo de Anse-à-Veau Miragoâne (véase Fides 11/3/2024), pero cómo no recordar el terremoto que provocó que la Iglesia quedara decapitada, con la muerte del arzobispo, el vicario, el canciller y el secretario de la archidiócesis de Puerto Príncipe. Seminarios destruidos, congregaciones enteras que han perdido a todos sus seminaristas. La Iglesia haitiana ha sufrido y sigue sufriendo”.
Una Iglesia que todavía puede contar con la contribución de los misioneros extranjeros. “En los barrios donde estamos, la mayoría son misioneros extranjeros, porque el clero local tiene miedo de entrar, pero tienen razón porque no nos tocan, aunque hayan tocado a la Hermana Luisa (Hermana Luisa Dell'Orto, Hermanita del Evangelio misionera asesinada el 25 de junio durante un atentado, ver Fides 26/6/2022) pero al sacerdote o a la religiosa haitianos los golpean. Así que es realmente difícil trabajar juntos. La sinodalidad de la que tanto se ha hablado en los últimos años está luchando por desarrollarse a lo largo de la historia de la Iglesia en Haití y del país”.
Haití también se ve afectado por la presencia del vudú. “Se dice que en Haití el ochenta por ciento de los habitantes son católicos y el cien por cien siguen el vudú”, afirma la Hermana Marcella. “El sincretismo religioso es muy fuerte, incluso por parte de católicos fervientes, por lo que la cultura tradicional del vudú está presente en todas partes. Por ejemplo, antes de ir al médico vas al curandero, donde puedes morir porque realiza prácticas peligrosas”. “El cristianismo no ha llegado al núcleo de la cultura en Haití, entendido como el modo de vida del pueblo. Hasta que no lleguemos a ese nivel, podemos quedarnos con una forma: las iglesias están llenas en Haití, los domingos si no llegas dos horas antes del comienzo de la misa, tienes que traerte la silla de casa y quedarte en el aparcamiento de la iglesia para asistir. No es un problema de número, de fieles; es un problema de formación”, explica la religiosa.
“El vudú y la fe católica viajan por dos vías separadas pero coexisten en las mismas personas, que pueden ser fervientes católicas, capaces de rezar varios rosarios al día y luego ir a practicar el vudú, diciendo que forma parte de su cultura”, explica la hermana Marcella.
A pesar de la cultura común, según la religiosa, “a los haitianos les cuesta reconocerse como un solo pueblo”. “Su unidad siempre viene de estar en contra de algo -explica-. Nunca se han unido para construir, sino para estar en contra. Contra los blancos, contra los franceses, ahora contra el Primer Ministro. Los haitianos luchan por encontrar una identidad como pueblo porque nunca la han tenido”.
Pero la hermana Marcella, que actualmente no está en Haití, atisba una luz de esperanza.
“Tras años y años de trabajo, la gente que colabora con nosotros por fin se ha dado cuenta de que estamos ahí para construir algo. Después de 20 años hay unas 80 personas trabajando en nuestra obra entre educadores, profesores y personal de servicio que dirigen un jardín de infancia, una escuela primaria, un hogar para 150 niños, 40 de ellos discapacitados. Soy la primera en asombrarme de cómo son capaces de seguir adelante, incluso sin mi presencia. Al irse 'el hombre blanco', su verdadera humanidad salió a la luz: sienten ese trabajo como suyo, se juegan la vida para ir a trabajar porque tienen que cruzar calles que son escenario de tiroteos y retenes de bandas, que pueden dispararte sólo porque les da la gana. Pongo sólo un ejemplo: el director de la residencia para llegar allí ya no puede tomar la ruta normal porque los pandilleros no le dejan pasar. Así que ha encontrado una ruta alternativa que pasa por un río de aguas residuales. Lleva ropa de recambio en la mochila para que cuando salga de las aguas residuales se lave con agua de mar (estamos a orillas del mar), se ponga la ropa y venga a trabajar. Una persona no hace esto por el sueldo; lo hace porque todos esos niños necesitados en este momento dependen de él”.
(L.M.) (Agencia Fides 20/3/2024)