Port Moresby – Después de celebrar la Misa en el estadio de Port Moresby, y a bordo de un C130 de la Fuerza Aérea australiana, el Papa Francisco ha llegado a Vanimo, localidad situada al norte de Papúa Nueva Guinea, no lejos de la frontera con Papúa, para las dos últimas paradas de esta tercera jornada en Oceanía.
En la explanada frente a la catedral de la Santa Cruz, unos 20.000 fieles llegados también de los pueblos vecinos le han dado la bienvenida. Las danzas tradicionales se han alternado con regalos y apretones de manos. El Pontífice ha recibido también un tocado decorado con plumas. Francisco se lo ha puesto entre aplausos.
Tras el saludo de bienvenida del Obispo, Francis Meli, y los testimonios de una catequista, una niña del Hogar de Niñas de Luján, una religiosa y una familia, el Obispo de Roma ha pronunciado su discurso, al final del cual ha depositado la Rosa de Oro ante la estatua de Nuestra Señora de Luján, ya que la llegada del Papa a Vanimo coincide con el 25 aniversario de la llegada de la estatua de Nuestra Señora de Luján a Papúa Nueva Guinea. Tras el encuentro, el Papa se ha dirigido a la Escuela Humanística Santísima Trinidad de Baro para mantener un encuentro privado con un grupo de misioneros.
A continuación, reproducimos los pasajes más destacados del discurso del Papa a los fieles en la explanada de Vanimo:
Como hemos escuchado, desde mediados del siglo XIX la misión en estas tierras nunca se ha interrumpido. Religiosas, religiosos, catequistas y misioneros laicos nunca han dejado de predicar la Palabra de Dios y de ofrecer ayuda a los hermanos en la atención pastoral, en la instrucción, en la asistencia médica y en muchos ámbitos más, debiendo afrontar no pocas dificultades.
Las escuelas, los hospitales y los centros misioneros testimonian alrededor nuestro que Cristo vino a traer salvación para todos, para que cada uno florezca en toda su belleza en beneficio del bien común.
Ustedes aquí son “expertos” de belleza porque están rodeados de ella. Viven en una tierra magnífica, grandioso espectáculo de una naturaleza rebosante de vida, que evoca la imagen del Edén. Sin embargo, esta riqueza se las confía el Señor como un signo y un instrumento, para que ustedes también puedan vivir así, unidos en armonía con Él y con los hermanos, respetando la casa común y cuidándose mutuamente.
Mirando a nuestro alrededor, vemos cuán dulce es el panorama de la naturaleza. Pero volviendo a nosotros mismos, nos damos cuenta de que hay un espectáculo aún más hermoso: el de lo que crece en nosotros cuando nos amamos mutuamente.
Y nuestra misión es precisamente ésta: difundir por doquier, mediante el amor de Dios y de nuestros hermanos, la belleza del Evangelio de Cristo.
Algunos de ustedes, para hacer esto, afrontan largos viajes, para llegar incluso a las comunidades más lejanas, a veces dejando sus casas. Llevan a cabo algo muy lindo, y es importante que no se queden solos, sino que toda la comunidad los apoye.
Sin embargo, también podemos ayudarles de otra manera, y es que cada uno de nosotros promueva el anuncio misionero allí donde vive: en casa, en la escuela, en los ambientes de trabajo; para que, en todas partes, en la selva, en las aldeas o en los pueblos, a la belleza del paisaje corresponda la belleza de una comunidad en la que las personas se aman, como nos enseñó Jesús.
Formaremos así, cada vez más, como una gran orquesta -como tanto le gusta a María Joseph, nuestra violinista-, capaz, con sus notas, de acabar con las rivalidades, de vencer las divisiones -personales, familiares y tribales-, de expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia; de terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas -males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas, también aquí-.
El amor es más fuerte que todo esto y su belleza puede sanar al mundo, porque tiene sus raíces en Dios. Por ello, debemos difundirlo y defenderlo, aun cuando hacerlo pueda costarnos alguna incomprensión, alguna oposición. Nos lo ha testimoniado, con sus palabras y su ejemplo, el beato Pedro To Rot -esposo, padre, catequista y mártir de esta tierra-, que entregó su propia vida por defender la unidad de la familia de aquello que quería socavarle sus cimientos.
Queridos amigos: muchos turistas, después de haber visitado vuestro país, regresan a sus casas diciendo que han visto “el paraíso”. Se refieren, sobre todo, a los atractivos paisajísticos y medioambientales de los que han disfrutado. Sin embargo, sabemos, como hemos dicho, que el mayor tesoro no es ese. Hay otro, más bello y fascinante, que se encuentra en vuestros corazones y que se manifiesta en la caridad con la que se aman. Este es el regalo más valioso que pueden compartir y dar a conocer a todos.
Lo digo especialmente a ustedes, niños, con vuestras sonrisas contagiosas y vuestra alegría desbordante, que fluye en todas direcciones. Ustedes son la imagen más hermosa que quienes parten de aquí pueden llevarse y conservar en el corazón.
Los animo, pues, a embellecer cada vez más esta tierra venturosa con vuestra presencia de Iglesia que ama.
(F.B.) (Agencia Fides 8/9/2024)