Luxemburgo - Servicio, misión, alegría. En torno a estas tres palabras gira el segundo y último discurso que el Papa Francisco ha pronunciado en Luxemburgo, primera etapa de este Viaje Apostólico al corazón de Europa, el 46º en el extranjero para el Pontífice argentino.
En la catedral de Notre-Dame, obra maestra del siglo XVII construida en estilo gótico tardío, el Obispo de Roma, haciéndose eco de las palabras de los jóvenes allí presentes, ha recordado que «la Iglesia de Luxemburgo quiere ser “la Iglesia de Jesucristo, que no vino para ser servido, sino para servir”» porque «el espíritu del Evangelio es espíritu de acogida, de apertura a todos, y no admite ningún tipo de exclusión».
Al hablar seguidamente de la misión, Francisco ha repetido las palabras del cardenal arzobispo Jean-Claude Hollerich, quien al dar la bienvenida al Papa en la catedral se ha referido a una «evolución de la Iglesia luxemburguesa en una sociedad secularizada». «Me gustó esta expresión: la Iglesia, en una sociedad secularizada, progresa, madura, crece», ha añadido el Pontífice, subrayando: «No se repliega en sí misma, triste, resignada, resentida, no; sino que acepta el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización, pasando cada vez más de una simple propuesta de atención pastoral a una propuesta de anuncio misionero».
En este sentido, el Papa ha señalado, «lo que nos impulsa hacia la misión no es la necesidad de “contar con números”, de hacer “proselitismo”, sino el deseo de dar a conocer a la mayor cantidad posible de hermanas y hermanos la alegría del encuentro con Cristo».
«Más allá de cualquier dificultad» está «el dinamismo vivo del Espíritu Santo que actúa en nosotros. El amor nos apremia a anunciar el Evangelio abriéndonos a los demás, y el desafío del anuncio nos hace crecer como comunidad», ha continuado.
Parafraseando a San Gregorio Magno, el Pontífice ha introducido la última de las tres palabras en las que ha puesto el acento, es decir, la alegría «Nuestra fe es así. Es alegre, “danzante”, porque nos manifiesta que somos hijos de un Dios amigo del hombre, que nos quiere contentos y unidos, que nada lo hace más feliz que nuestra salvación».
Por último, un recordatorio de una «hermosa tradición» luxemburguesa: la Springprozession, la procesión de primavera «que se lleva a cabo en Pentecostés en Echternach, recordando la infatigable obra misionera de san Willibrord, evangelizador de estas tierras. Toda la ciudad sale a bailar por las calles y las plazas, junto con muchos peregrinos y visitantes que llegan, y la procesión se convierte en una grandísima y única danza».
«Que hermosa es la misión que el Señor nos confía; la misión de consolar y servir, con el ejemplo y la ayuda de María», ha dicho el Papa para concluir. Antes de llegar al aeropuerto para volar a Bélgica, ha inaugurado el Jubileo mariano con motivo del 400 aniversario de la veneración de María en Luxemburgo bajo el título de «Consoladora de los afligidos». A continuación, Francisco ha rendido homenaje a la estatua de la Virgen con la rosa de oro. Y mientras tanto ha llegado la hora de la despedida: le espera el avión hacia Bruselas.
(F.B.) (Agencia Fides 26/9/2024)